En estas primeras semanas hemos recibido, con mayor o menor
fundamento, diversos reproches sobre nuestra manera de actuar. Reproches que,
lejos de provocar en nosotros furia o terror -como algunos tal vez
pretendiesen-, nos han dado la posibilidad de ordenar nuestras cabezas y
mejorar nuestra incipiente organización. Entre estas recriminaciones hay una de
especial interés, tanto por su recurrencia histórica como por su relevancia
social, que queremos -y debemos- responder: la ausencia de un programa.
Debemos afirmar antes que nada nuestro absoluto desprecio
por los programas, esas palabras vacías que no sólo no se cumplen, sino que ni
siquiera constituyen un faro para las políticas y acciones de aquellos que las
escriben y esgrimen. En otras palabras, los amantes de los programas han
demostrado en numerosas ocasiones no creer ni ellos mismos en sus promesas. No
obstante, nuestro asco por la palabrería programática es, si cabe, aun más
profundo. Dice G. Sorel: "No faltan abogadillos jóvenes sin porvenir
para llenar montones de folios con sus proyectos detallados de organización
social" [1] y "el gran peligro que se cierne sobre el
sindicalismo puede ser toda tentativa de imitar a la democracia; mejor cuenta
le tiene saberse contentar, durante un tiempo, con organizaciones débiles y
caóticas, que caer bajo el dominio de unos sindicatos que copien las formas
políticas de la burguesía" [2]. Efectivamente, las hemerotecas están
llenas de voluminosos e infumables tratados sobre minuciosas estructuras
capaces de sustentar modelos alternativos, y todos ellos no son más que
recapitulaciones del capitalismo en mayor o menor medida. Era de esperar, pues,
¿acaso somos capaces de pensar desde fuera del sistema sociocultural en el que
hemos nacido? No dejamos de ser hijos de nuestro tiempo independientemente de
nuestro desprecio por sus formas vigentes. Sobre estos rancios compendios de
bochornosas mentiras dice Primo de Rivera: "Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen. En cambio,
cuando se tiene un sentido permanente ante la Historia y ante la vida, ese
propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto, como el amor nos dice en
qué caso debemos reñir y en qué caso nos debemos abrazar, sin que un verdadero
amor tenga hecho un mínimo programa de abrazos y de riñas" [3].
Efectivamente, frente a los programas de los utopistas nosotros presentamos una
forma ética, una forma de posicionarse ante la vida y actuar.
No obstante, con esto no pretendemos ocultar la
inexistencia no de un programa propiamente dicho, sino de unos objetivos que
guían nuestros deseos en la vida estudiantil. Estos objetivos no son dogmáticos
sino que están -y habrán de estar- supeditados a la realidad del pueblo
español. Nosotros no prometemos "llevar algo a cabo" -visión harto
ligada a la piroctenia parlamentaria- sino que aspiramos a construir, tal y
como hemos dicho, una visión ética, un nuevo hombre. Son los hombres carne y
hueso agrupados bajo una misma bandera popular los que han de protagonizar el
advenimiento de un nuevo Estado: "Concibe la vida como lucha pensando
que toca al hombre conquistar que su vida sea verdaderamente digna de él,
creando en primer lugar en sí mismo todo el instrumento (físico, moral,
intelectual) para edificarla" [4]. A ningún partido por
"proletario" o "libertario" que sea le corresponde erigirse
en gestor de lo que sólo al pueblo le compete.
Una vez aclarado lo anterior, procedamos con las
características que soñamos construir en la educación:
En primer lugar, las personas han de formarse
integralmente, eso quiere decir que ha de formarse técnicamente y moralmente
-espiritualmente, si no gustan del término "moral"-. Son tan
importantes aquellas disciplinas que buscan dotar al hombre de medios para
lograr una vida digna -formación moral-
como aquellas que lo ponen en relación con el mundo en tanto que objeto
-formación técnica-. El primer principio que debe guiar cualquier sistema
educativo es el de formación integral de las personas y no el de crear
herramientas al servicio de los intereses del gran capital -como llevan
intentando las reformas educativas españolas-:
Formación técnica: enseñanzas del conocimiento
propiamente técnicos como matemáticas, lenguaje...
Formación moral: incluyendo temas espirituales, sociales…
Apostamos por una educación a nivel nacional que debe ser
pública, gratuita y obligatoria. No obstante, si bien la competencia de la
educación debe ser nacional, también ha de recoger los particularismos de las
distintas regiones (sus tradiciones y lenguas regionales). Por pública
entendemos al servicio de las masas populares pero regulada estatalmente -con
el fin de evitar su desvirtuación y su utilización segregadora-. Gratuita, no
porque esté exenta de costes para el pueblo, sino porque es una inversión
popular con el fin de construir hombres dignos y engrandecer a España. No es un
dinero que se “gasta”, es dinero que se invierte en talento, en futuros
profesionales que revertirán esos conocimientos a la sociedad. Además, será
obligatoria, como mínimo hasta la edad laboral. En conclusión, se impone la
derogación de la ley actual -y la que venga desde el frente oligárquico- y la
elaboración de una ley nacional para organizar la nueva educación.
Comos cuestiones fundamentales nos gustaría señalar diez
puntos:
1. Elaboración de un estatuto jurídico del estudiante donde
estén recogidos sus derechos y obligaciones, incluyendo los derechos
instrumentales, de asamblea, huelga y de sindicación.
2. Dignificación de la Formación Profesional dotándola de
medios tecnológicos y haciéndola una educación profesional permanente. Las
personas que optan por la Formación Profesional tienen la misma dignidad y
relevancia para la sociedad que aquellos que se deciden por la enseñanza
universitaria. La Educación ha de responder a la vocación y al interés de
España -en tanto que patria conquistada por el pueblo-, no a la demanda de las
multinacionales.
3. Supresión de la selectividad. Los resultados y el
progreso de los alumnos han de ser monitorizados permanentemente con el fin de
poder guiarle en su crecimiento, nunca como barrera a la formación de este
-como pretende el modelo de selectividad-.
4. Fomentar la educación a distancia potenciándola entre
los trabajadores de los ámbitos de más difícil acceso. La formación nunca acaba,
por ello hay que facilitar en todos los ámbitos la educación permanente.
5. Convertir las universidades en la vanguardia de la
investigación, de la ciencia, de las artes y las humanidades; acabando con su
actual vocación de expendedora de títulos, destructora de ilusiones y agencia
de colocación y tráfico de influencias.
6. Detectar, fomentar y valorar las vocaciones. La
educación ha de responder a la idiosincracia de cada hombre, potenciándola y no
aplastándola en una búsqueda de uniformidad de pensamiento y formación.
7. Nuestro modelo de sindicalismo estudiantil está
sustentado en el sindicato único y obligatorio, representativo e independiente.
Hay que acabar con las divisiones sindicales y la indiferencia acomodaticia de
los que esperan que otros conquisten sus derechos en su lugar. Por lo tanto, el
sindicato ha de ser único -sin divisiones- y obligatorio -sin zánganos-, sólo
de esta manera podremos hablar de un sindicato representativo -portador de la
voluntad de los estudiantes-. Además, ha de ser independiente de las injerencias
del Estado o de otros colectivos que busquen el control de los estudiantes -la
misma autonomía interna garantizada por la unicidad y la obligatoriedad de un
sindicato que se yergue como patrimonio de los estudiantes-.
8. Reforzar la calidad profesionalidad de los profesores
potenciando la excelencia y la vocación a la enseñanza -y no que por el mero
hecho de ser investigador universitario se deban dar una serie de horas de
clase- además se perseguirá la endogamia y el tráfico de influencias.
9. Se ha de cambiar la visión del estudiante, que no es el
objeto sino el sujeto de la enseñanza. El estudiante es un trabajador
intelectual y aquellos con edad laboral al menos tienen que tener Seguridad Social.
El estudiante es uno de los miembros de la comunidad educativa junto a los profesores -y no un
pseudocliente como pretenden los capitalistas-.
10. La educación ha de estar abierta -previa aprobación
estatal- a modelos educativos alternativos -como pueda ser el Montessori- que
permitan la diversidad de aproximaciones a la formación de los estudiantes.
Estos modelos estarán sujetos a la supervición estatal -aun dotados de
autonomía- y al carácter ya enunciado de la educación a nivel nacional.
[1] Sorel, G. "Reflexiones sobre la violencia"
(Alianza, Madrid: 2005), p. 218-219.
[2] Ibid. p. 238.
[3] Primo de Rivera, J. "Discurso de la fundación de
Falange española" [http://www.rumbos.net/ocja/jaoc0011.html]
[12-03-2015].
[4] Mussolini, B.
"El fascismo" (Nueva república, Barcelona: 2011), p. 51.