Los estudiantes señalan, y su razón no
es desdeñable, que es imposible imaginar siquiera una reforma radical
universitaria sin una previa transformación de la sociedad. Pero, ¿cuáles son
las bases que permitan el logro de unas estructuras sugestivas? Aquí es donde
se debaten entre imprecisiones y hasta incoherencias, aun cuando no en grado
que impida fijar un haz ideológico en formación o fermentación, si se prefiere.
Habrá de admitirse que el movimiento estudiantil es insolidario con el pasado,
absolutamente cismático. No corresponde con ninguna ideología conocida, aun
menos con los esquemas programáticos de los partidos políticos y ni siquiera
con los credos religiosos. En consecuencia, no debe extrañar el desconcierto
que producen.
(…)
La juventud necesita victorias
tangibles; ello requiere fijarse objetivos asequibles dentro de una acción que
evite desembocar en las esferas de cualquier programa político, pero que sea
logro visible en el largo camino por la justicia, en el que siempre el futuro
estará en otros porque la Humanidad, que no va a encontrar el paraíso a la
vuelta de la esquina, no se detendrá.
Y para no tropezar en errores similares
habría de juzgar a sus antecesores meditando sobre lo que hicieron y pensaron
de jóvenes y cómo se frustraron sus ilusiones.
(La
rebelión de los estudiantes; Epilogo en tres partes sobre el “poder
estudiantil”, 3ª parte El futuro es de
otros; páginas 563 y 567; por David Jato Miranda; 4ª edición)