La juventud nacida después de la
Transición se ha convertido en rehén de las seductoras prácticas que las
democracias occidentales ponen a su alcance. La ingeniería social de partidos
políticos y multinacionales se han aliado para que generaciones enteras sucumban
al consumismo compulsivo: drogas, sexualidad exacerbada, moda, alcoholismo,
consumismo… El sistema liberal capitalista siempre ha procurado imponer el
materialismo frente al espiritualismo, imponiendo el poder del dinero y de los
bienes por encima de los valores y de las personas, socavando su dignidad
humana.
Estas conductas, jaleadas desde
numerosas tribunas pseudoculturales, son vendidas como medio de socialización:
se anula la capacidad de toda persona a favor de estas aberrantes prácticas. Se
ha vaciado la conciencia de millones de jóvenes para llenarla de objetos de
deseo.
En los últimos años, España ha sido
líder absoluto de consumo de varias drogas, y mientras desde el Estado se
destinaban ingentes cantidades de dinero en campañas televisivas contra la
adicción, la progresía cultural exhibía a ciertos personajes que minimizaban
los efectos del consumo de drogas y trivializaban con ciertas conductas nada
saludables.
La ausencia de valores inculcados desde
unas familias que cada año se encuentran más desestructuradas, y la falta de
autoridad de los educadores en los centros de enseñanza, ahonda más si cabe en
este terrible problema que sacude a la juventud. El consumismo se ha convertido
en el auténtico dueño de su destino, creando miles de ninis que ni estudian ni trabajan y que reducen su existencia a un
fin de semana de siete días a la semana.
Ello ha permitido aborregar a dos
generaciones de españoles, que han dejado de lado sus derechos laborales siendo
un blanco fácil para las políticas neoconservadoras.
(Manifiesto Pedimos y queremos. Materiales para la reconstrucción nacional;
capítulo Juventud e infancia con valores
y compromiso; páginas 85 y 86)