Cinco estudiantes de la
Universitat Politècnica de València (UPV) ya forman parte de la historia
científica. En enero y a sus veintipocos años, Ángel, Daniel, Germán, David y
Juan aterrizaron en Texas con una mochila cargada de optimismo e ilusión. Pero,
sobre todo, con ganas de demostrar al mundo —en concreto a SpaceX y a Elon
Musk— que el futuro de la ciencia se asienta en España. Otras imágenes 2 Fotos
Su viaje de cuatro días a Estados Unidos tenía como objetivo asistir a un
concurso sobre el tren del futuro, el Hyperloop, revolucionario porque
permitiría recorrer grandes distancias en pocos minutos a una velocidad
superior a los 1.000 kilómetros por hora. En ese concurso competían más de 160
equipos de universidades de todo el mundo, y la Universitat Politècnica de
València, liderada por estos cinco jóvenes ingenieros, consiguió colarse en la
competición. Pero no sólo lograron clasificarse; el quinteto ganó dos de las
tres categorías del certamen: la de diseño y subsistemas. Su diseño
revolucionario dejó boquiabierto al jurado del concurso, compuesto por miembros
de Tesla y SpaceX y los tutores de todas las universidades que participaron en
la final. "La mayoría de los que se presentaron innovaron a su manera,
pero dentro de lo convencional", asegura a 20minutos Juan Vicén, uno
de los cinco galardonados. La innovación llegaba siempre bajo las directrices
que hace unos tres años marcó Elon Musk para lo que él creía que era el tren
supersónico: un convoy que viaja dentro de una cápsula y que alcanza las velocidades
de un avión. La mayoría de los que se presentaron innovaron a su manera
pero dentro de lo convencional Estos jóvenes valencianos quisieron
diferenciarse del resto. Era fundamental para un equipo español que integraban
solo cinco personas frente a otros que estaban compuestos por 50 y que contaban
con más recursos económicos. Y lo consiguieron. Para ellos, el tren del futuro
debería poder viajar sin raíles, lo que permitiría ahorrar hasta un 30% de los
costes de construcción, que en cifras absolutas rondaría los 169 millones de
euros. Pero ¿cómo viaja un transporte de estas características sin la base
sobre la que se desplaza? La clave reside en la atracción magnética, que ofrece
la posibilidad de que la vaina —nombre que recibe el prototipo— levite desde la
parte superior en el interior del tubo de acero. Esta levitación magnética se
diferencia de la configuración típica de aire a presión o repulsión magnética
inferior. Así, los raíles sobran, y con ello el concepto que se tenía hasta
ahora del transporte convencional. La dificultad de construcción es obvia, pero
abarataría los costes. "Muchos pensaron que nuestra idea era
imposible", comenta Juan visiblemente agotado y emocionado al teléfono. El
sistema de propulsión que desarrollaron, similar al de una aeronave, utiliza un
ciclo de compresión-expansión que permite el paso del aire a través de la
vaina. Para perfeccionarlo, desarrollaron un sistema de frenado de emergencia y
control de navegación para obtener un sistema tolerante a fallos. Los pasajeros
de la cabina no notarían prácticamente la aceleración. La sensación sería
similar a la que experimentan los viajeros de un avión en fase de crucero. Y su
diseño permitiría recorrer distancias superiores a los 300 km —de Madrid a
Valencia o de Los Ángeles a San Francisco— en 20 o 30 minutos. Para
dejar fluir su imaginacion —y siendo conscientes de que sin presupuesto no
serían capaces de construir su modelo—, decidieron presentarse únicamente a las
categorías de diseño y subsistemas dejando aparcada la de construcción.
Preferían diseñar un prototipo que alcanzase velocidades supersónicas en lugar
de reducirla. Y ganaron las dos: "Estamos muy contentos, no nos lo
esperábamos para nada, íbamos a mirar". "Sin recursos pero con
motivación" Este grupo de jóvenes talentos se conoció hace tres años en la
facultad. Y la universidad se les quedó pequeña enseguida. Soñaban a lo grande
y ambicionaban con poner en práctica sus conocimientos más allá de las clases
teóricas. Por eso fundaron el grupo Maker UPV —que da nombre al equipo—, una
comunidad extraescolar para y por el aprendizaje de los estudiantes. Allí
comenzaron a fabricar drones hasta que un día —por el mes de octubre—
encontraron la inscripción al concurso de Hyperloop tras bucear durante horas
por Facebook. Competir contra Berkley o Standford no les arrebató el optimismo,
les alentó para superarse y no fijarse límites. Aunque compaginar sus estudios
de máster —y sus exámenes— con la preparación del Hyperloop fue tareada
complicada. No todos los profesores entendían la importancia del certamen, una
cuestión que reivindican y ven fundamental para crecer a nivel profesional y
abrirse puertas laborales. No hay que tener miedo, es cuestión de atreverse y
de intentar superarse, porque con pocos recursos como nosotros se puede ganar
En Estados Unidos, cuentan, la innovación y el aprendizaje práctico forman
parte de los pilares fundamentales de la enseñanza. En aquel estadio de rugby
de Texas que acogió la final, había representación institucional. Estaba, entre
otros, el secretario de transportes. El quinteto español y ganadores absolutos
del certamen no han tenido noticias de los políticos de su país: "A los
soñadores en España se les toma por tontos, mientras que en Estados Unidos se
invierte en ellos". El último estudio publicado por la Conferencia de
Sociedades Científicas de España, una organización que representa a los
investigadores autóctonos, avala los pensamientos del joven ingeniero
industrial, ya que sitúa a España como el país de la OCDE que más ha recortado
la inversión pública en I+D durante la crisis económica, lo que ha provocado la
pérdida de 20.000 empleos en el sector de la investigación. Estos datos no
alientan a los estudiantes españoles, y saben que el sistema les incita a
emigrar para labrarse un futuro en el extranjero. A Juan, sin ir más lejos, le
gustaría poder dedicarse a la ingeniería industrial en su país. Y sería una
satisfacción hacerlo codo con codo con sus compañeros de cruzada, pero reconoce
que es complicado. De su experiencia en Texas han aprendido muchas cosas —y les
han empezado a llover ofertas de trabajo, también internacionales—, pero en
especial que diferenciarse es garantía de éxito. "Te das cuenta de que con
ilusión y con motivación se puede conseguir todo. No hay que tener miedo, es
cuestión de atreverse y de intentar superarse, porque con pocos recursos como
nosotros se puede ganar", explica con una motivación que se contagia con
facilidad. De pequeño deseaba con convertirse en jugador profesional de la NBA.
Con los años, colgó las zapatillas y los anhelos de la infancia para soñar a
una escala aún mayor: intentar "cambiar el mundo" a través de la
ingeniería. Ahora, a sus 23 años y acompañado de otros cuatro jóvenes talentos,
Juan no busca conquistar las pistas de baloncesto; su sueño —y el de sus
compañeros— se centra ahora en diseñar definitivamente el transporte del
futuro, que llevaría nombre español.
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